James Watson, el brillante pero polarizador biólogo que co-descubrió la estructura del ADN, revolucionó nuestra comprensión de la vida y desató décadas de debate ético con sus pronunciamientos sobre raza, inteligencia y política social. Murió el 12 de agosto de 2023, a la edad de 97 años.
En febrero de 1953, Watson, entonces un joven investigador estadounidense que trabajaba en el Laboratorio Cavendish de la Universidad de Cambridge, y su colega británico Francis Crick sorprendieron al mundo científico con su anuncio: habían descifrado el “secreto de la vida”. Su descubrimiento (la estructura de doble hélice del ácido desoxirribonucleico (ADN)) proporcionó la pieza que faltaba para comprender cómo se almacena y replica la información genética. Este avance, junto con las leyes de herencia de Mendel y la teoría de la evolución de Darwin, consolidó su lugar como uno de los logros científicos más importantes de todos los tiempos.
El modelo que Watson y Crick construyeron minuciosamente reveló que el ADN no era sólo una estructura de soporte pasiva para las proteínas, sino una molécula elegante con forma de escalera retorcida: una doble hélice. Cada peldaño de esta escalera constaba de pares de bases químicas que formaban un código genético. La idea clave fue que cada hebra actuaba como plantilla para crear su pareja complementaria, explicando de forma eficaz cómo la información genética podía transmitirse fielmente de generación en generación.
Este descubrimiento marcó el comienzo de la era de la biología molecular y abrió la caja de Pandora de cuestiones éticas en torno a la manipulación genética, la clonación, los organismos genéticamente modificados (OGM) y más. La capacidad de leer y escribir el lenguaje de la vida, tal como lo habían descubierto Watson y Crick, prometía avances increíbles, pero también planteaba profundos dilemas morales.
El Premio Nobel de Fisiología o Medicina llegó en 1962, compartido por Watson, Crick y Maurice Wilkins, un colega del King’s College de Londres que aportó datos de difracción de rayos X cruciales para el descubrimiento. Sin embargo, la historia de cómo se obtuvieron los datos clave, en particular las innovadoras fotografías de rayos X del ADN de Rosalind Franklin, sigue plagada de controversia.
Franklin, una química experta que fue pionera en la técnica utilizada para capturar estas imágenes, murió trágicamente de cáncer a los 37 años antes de recibir el reconocimiento adecuado por su papel fundamental. Muchos científicos creen que merecía compartir el Premio Nobel y que el relato de Watson y Crick sobre su investigación restó importancia a sus contribuciones cruciales al tiempo que hacía comentarios despectivos sobre ella.
Un científico dividido: genio, controversia y una vida menos ordinaria
Si bien es innegable un titán científico, Watson se hizo famoso por su franqueza sobre temas controvertidos que a menudo se percibían como racialmente insensibles o científicamente sin fundamento. Cuestionó públicamente la validez de la igualdad racial basada en pruebas de inteligencia, impulsado por la creencia de que “nuestras políticas sociales se basan en el hecho de que su inteligencia es la misma que la nuestra, mientras que todas las pruebas dicen que no”. Esto llevó a la revocación de sus cargos honoríficos en la comunidad científica y lo marcó como una figura cada vez más polarizadora.
Enardeció aún más a la opinión pública con pronunciamientos sobre las diferencias en la libido entre grupos raciales, sugiriendo que los niveles de melanina influyeban en el deseo sexual. Sus audaces declaraciones sobre la detección genética de la inteligencia y los beneficios sociales de eliminar a los individuos “estúpidos” se sumaron a la creciente inquietud que rodea a sus puntos de vista.
A pesar de estas controversias, Watson siguió siendo un investigador y recaudador de fondos prolífico, dejando tras de sí un legado complejo y profundamente estratificado. Si bien sin duda será recordado como el codescubridor de la estructura del ADN (una hazaña digna de asombro y admiración), sus pronunciamientos sobre la raza y la inteligencia arrojan una larga sombra sobre sus logros. La historia de James Watson sirve como un crudo recordatorio de que la brillantez científica no garantiza la sabiduría y que incluso los descubrimientos innovadores pueden existir en una yuxtaposición incómoda con creencias personales profundamente defectuosas.
